1 mar 2013

Ana de Cleves (Parte 1)



Ana de Cleves era la segunda hija de Juan III, duque de Cleveris y Maria de Julich. Ana nació el 22 de septiembre de 1515 en Düsseldorf, en Cleves, Alemania. Probablemente habría permanecido en el anonimato de no ser porque se convirtió en la cuarta esposa de Enrique VIII.

1. Posibles candidatas
Ana de Cleves no fue la primera opción de Enrique como esposa. Sus embajadores estuvieron buscando a posibles candidatas en Europa, y ahí es cuando se dieron cuenta de que el rey Enrique tenia una muy mala reputación como marido. Ya eran habituales las bromas sobre la trayectoria matrimonial del rey. Aun cuando la joven duquesa Cristina de Milán no hubiera comentado que, en el caso de tener dos cuellos, uno sería para el rey, la ironía predominaba. 

Enrique VIII

Volviendo al panorama internacional, al principio las opciones para Enrique VIII parecían ser las mismas que había tenido su padre cuando ideaba un matrimonio para su heredero, medio siglo antes: Francia o España (ahora convertida en imperio). Estaba la hija superviviente del rey francés, Margarita de Valois, de quince años. (Su hermana, Madeleine casada brevemente con Jacobo V de Escocia, había muerto de tuberculosis en junio de 1537.) De las primas del rey francés, se rumoreaba que María de Guisa se había comprometido con Jacobo V como sustituta de Madeleine, pero tenía dos hermanas menores, Louise y Renée de Guisa. Otras dos primas de Francisco I, María de Vendome y Ana de Lorena, también estaban disponibles.

1.2 María de Guisa

María de Guisa

Al rey Enrique le costó aceptar al principio  que María de Guisa, una joven viuda alta y llamativa que ya había tenido un hijo, le estuviera vedada. "¿Queréis tener la esposa de otro hombre?", inquirió el embajador francés. Pero el compromiso de María de Guisa con su sobrino no hacía más que incrementar el interés de Enrique VIII. Otro tanto lograban los informes sobre la voluptuosa figura de la mujer. Él mismo era "grande en su persona", decía el rey, y necesitaba una "esposa grande". En suma, ¿cómo podía esa criatura espléndida preferir "al miserable y estúpido rey de los escoceses"? A eso se supone que replicó María de Guisa que ella podía ser una mujer grande, pero que tenía un cuello muy pequeño: una broma de la propia María u otra significativa muestra de lo que entonces decía la gente. 

Jacobo V de Escocia

En todo caso, los escoceses no perdieron tiempo: María de Guisa partió hacia su nuevo país y se casó con Jacobo V el 9 de mayo de 1538. El rey inglés sugirió, esperanzado, que se organizara para él una especie de desfile de princesas francesas en Calais. Eso llevo a Castillón, el embajador francés, a dar muestra del humor galo. Si las damas debían desfilar como caballos, ¿no deseaba acaso el rey montarlas una tras otra, para quedarse con la mejor montura? En ese punto, hasta el rey Enrique tuvo la gracia de reírse y sonrojarse. 

Había de hecho dos métodos convencionales de seleccionar a una princesa elegible, y ninguno de ellos era un desfile ante el potencial novio. Uno consistía en la visita personal de inspección de un enviado de confianza o del embajador. El otro método era complementario: consistía en encargar un retrato para cotejar con los informes diplomáticos. 

1.3 La duquesa de Milán

Cristina de Dinamarca

Así que Hans Holbein, pintor del rey, estuvo muy ocupado en 1538. Pero la primera tarea de Holbein no fue pintar a una princesa francesa sino a la candidata más adecuada del bando imperial: la duquesa de Milán, de dieciséis años. Desde el punto de vista material, ella poseía muchas ventajas aparte de su importante posición como sobrina de Carlos V. Estaba la cuestión de su dote, el ducado de Milán; además junto con su hermana tenía otros derechos disponibles sobre el reino danés de su padre (del cual éste había sido expulsado). Pero, una vez más, lo que el rey en realidad anhelaba era la oportunidad de una inspección personal en Calais.

Su enviado sir Thomas Wyatt recibió sus observaciones al respecto: "Su Alteza, considerando con prudencia que el matrimonio es un convenio de tal naturaleza que debe durar toda la vida del hombre, y algo de lo cual mucho dependen el placer y la serenidad, o el disgusto y el tormento de la mente del hombre" (En cuanto a eso, Enrique VIII sin duda ya podía hablar por experiencia).

La corte imperial despachó su propio cuadro. Pero, por tradición, el país que averiguaba siempre prefería confiar en su propio artista, que no tenía motivos para ocultar defectos. De modo que, antes de que se hubiera recibido el primer retrato, ya Holbein había partido a Bruselas con el enviado especial del rey, sir Philip Hoby. El 12 de marzo, la duquesa posó para Holbein desde la una a las cuatro de la tarde. A pesar de las limitaciones de "un espacio de sólo tres horas", el embajador inglés John Hutton quedó entusiasmado con los resultados: Holbein había demostrado ser "el maestro de esa ciencia {dibujar} porque es muy perfecto". Comparada con la de Holbein, la obra del artista de Holanda era "chapucera", y Hutton envió a un servicio a interceptarla antes de que llegara a Londres. Holbein estuvo de regreso en Londres con su propio dibujo el 18 de marzo. 

El rey Enrique quedó extasiado. El cuadro de Holbein, que le "agrado singularmente", confirmaba la entusiasta descripción de una Cristina con sonrisas y hoyuelos que ya había recibido. También se había enterado de los gustos de ella: le encantaba cazar, por ejemplo. Luego estaba su "modestia". La talla de ella se remarcaba constantemente (era más alta que los enviados ingleses, como comentaban ellos con admiración). La única posible desventaja física de Cristina, una tez un tanto cetrina que era "un poco marrón", no parecía importar. 

Cristina de Dinamarca, retrato al óleo de Hans Holbein

La corte había sido un lugar sombrío desde la muerte de la reina Jane, y a mediados de marzo hacía menos de un mes que había terminado el período de duelo. El rey estaba de "mucho mejor humor que nunca y hace que los músicos toquen sus instrumentos todo el día". Chapuys también advirtió que había numerosas fiestas de disfraces: "Señal de que se propone casarse de nuevo". Con su oscuro traje de viuda, con su aire digno traicionado por una boca que se plegaba maliciosamente, la duquesa parecía combinar la gracia real de Catalina de Aragón con la vivacidad de la joven Ana Bolena. El rey le encargó de inmediato a Holbein un retrato al óleo de cuerpo entero.Y al enterarse de que a Cristina se la consideraba para esposa de Guillermo, joven heredero del duque de Cleves, el rey Enrique le escribió indignado a sir Thomas Wyatt en Bruselas. Después de todo, "tal vez pudiera suceder" que él decidiera honrar a "dicha duquesa con el matrimonio, ya que sus cualidades y conducta se informa que son tales que vale la pena adelantarse".  Pero las negociaciones para la unión del rey con aquella maravilla se prolongaron enloquecedoramente. 

Lo que se contemplaba ahora era la doble unión del rey con la sobrina del emperador y de su hija María con el cuñado del emperador, don Luis de Portugal. Pero los comisionados españoles que llegaron a Londres en febrero para convenir todo eso fueron una decepción: el rey se refirió con amargura a sus "palabras alegres" para disimular la falta de toda autoridad. Mientras se realizaba la habitual negociación sobre dotes y bienes, el rey alardeó del futuro que podía proporcionar a su nueva familia. Si bien ya tenía un heredero, pensaba dar ducados a "nuestros hijos menores": se mencionaron los títulos de York, Gloucester y Somerset. Pero para junio, la llegada de tal cadena de duques bebés parecía tan lejana como siempre. El rey, su Consejo y sus diversos enviados estaban empezando a hacer comentarios tales como "el tiempo perdido no puede recuperarse", en referencia al obvio hecho de que el pretendiente real no estaba rejuveneciendo...

1.4 Complicaciones 

Cristina, duquesa de Milán

Las poco eficaces tentativas del imperio ponen en duda que el emperador hubiera tenido verdadera intención de que se realizara el matrimonio. Es cierto que había un problema de parentesco, al menos desde el punto de vista imperial, ya que Cristina era "casi pariente" (sobrina nieta) de la mujer que consideraban que había sido la esposa del rey Enrique, Catalina de Aragón. Pero el rey Ferrante de Nápoles, en 1496, había recibido una dispensa para casarse con la hermana de su propio padre, algo específicamente prohibido en el Levítico. Como se ha observado, tales situaciones podían superarse cuando ambas partes lo deseaban. 
Parece probable, entonces, que la verdadera intención del emperador fuera entorpecer las negociaciones francesas que se estaban llevando a cabo, no casar a su sobrina y favorecer formalmente a Inglaterra.

1.5 Las princesas francesas
En junio, Holbein y Hoby partieron de nuevo hacia el continente para pintar a Margarita, hija de Francisco I, y a otra princesa, posiblemente a María de Vendome. Los viajeros volvieron a Francia en agosto para pintar a Renée y Luisa de Guisa en Joinville. Después fueron a Nancy para dibujar a Ana de Lorena. Prueba la naturaleza extraoficial de tales expediciones el hecho de que Renée estaba ausente y Luisa en cama con fiebre, aunque de todos modos se hizo un dibujo.
Holbein había malgastado sus viajes a Francia. María de Vendome murió en septiembre; Ana de Lorena se casó con el príncipe de Orange en 1540 y Luisa de Guisa con el príncipe de Chimaix en 1541; Renée de Guisa se convirtió en la abadesa de St Pierre de Reims. En todo caso, el verdadero deseo del rey —"honrar a dicha duquesa" Cristina con el matrimonio— no menguaba. Pero estaba a punto de ver frustradas sus esperanzas, tanto personales como políticas. 

La tregua entre el emperador y el rey de Francia


                                        Carlos V                                                     Francisco I de Francia

El 17 de junio de 1538, el emperador Carlos V y el rey Francisco I acordaron una tregua de diez años en Niza, por mediación del papa Pablo III. Las celebraciones que siguieron, en la cumbre de Aiguesmortes, fueron vistas por el Papa como una celebración de la unidad cristiana contra los turcos invasores. Para Carlos V, la tregua era una desagradable necesidad: una serie de campañas imperiales infructuosas y de triunfos franceses, todo ello a la sombra de la amenaza turca a Italia, hacía que esa paz fuera esencial para su seguridad, Pero para Enrique VIII, el espectáculo de sus hermanos reyes festejando juntos en nueva amistad simbolizaba el peligroso aislamiento de Inglaterra. Continuaban las negociaciones matrimoniales en Bruselas; pero hubiese sido un optimista el que esperara que dieran buenos resultados.

El mes de febrero siguiente Wriothesley fue recibido por la deliciosa duquesa y admiró los labios rojos y las mejillas rosadas de su "cara marrón maravillosamente bella" así como su sabiduría y su ingenio. La tía de Cristina, la regente, le permitió preguntarle directamente a la joven si tenía "intenciones" de casarse con su señor, ya que él se había enterado de que no era así. Pero la duquesa negó firmemente haber expresado tal opinión. "En cuanto a mi inclinación —dijo—, ¿qué debo decir? Usted sabe que estoy a las ordenes del emperador". Y lo repitió. Sin duda, era muy cierto. 

Puede pensarse que Wriothesley exageraba, porque le dijo a la duquesa que, en caso de comprometerse con su señor, "estaréis en pareja con el hombre más gentil que haya vivido nunca; su naturaleza es tan benigna y grata que creo que hasta el día de hoy hombre alguno ha oído muchas palabras airadas proferidas por su boca". La duquesa Cristina sonrió al oír esto y, según Wriothesley, de no ser por dignidad se habría reído: se comporto "como (me pareció) si le hiciera mucha gracia". 

Las negociaciones 
Cromwell decidió resucitar un proyecto matrimonial para su señor que previamente había despertado poco el entusiasmo real. Los sueños de la adorable Cristina por una parte y la alianza imperial por la otra habían distraído la atención de la posibilidad de que el ducado de Cleves proporcionara la nueva reina. En todo caso, había sido la familia gobernante de Cleves la que había hecho el gesto: en 1530, por ejemplo, el duque Juan III el Pacífico había propuesto un matrimonio entre su hijo y María; en 1522 su chambelán había visitado la corte inglesa. 


La existencia de algunas hijas solteras en el ducado hizo que se mencionaran sus nombres tras la muerte de la reina Jane; aunque se recordarán los comentarios desdeñosos del embajador Hutton sobre el "parentesco" de Ana de Cleves y su "belleza". En junio de 1538 se refloto brevemente la idea de un doble matrimonio, de María con Guillermo y del rey Enrique con alguna parienta no especificada. 

¿Quiénes eran los Cléveris?

    Juan III, padre de Ana de Cleves

Cleves pertenecía al complicado mundo del Bajo Rin: una amalgama de ducados, electorados y obispados a primera vista sin nada que ver con la gran partida que estaban jugando en otra parte potencias más poderosas. Había habido condes de Cleves desde el siglo XI; una romántica leyenda hablaba del caballero que se les había aparecido a los héroes de Cleves en un bote guiado por cisnes, de ahí que luego la familia usara el cisne como una de sus insignias; fueron transformados en duques a comienzos del siglo XV cuando gobernaba la familia Mark. Luego el matrimonio del duque Juan III de Cleves-Mark con María, heredera de los ducados próximos de Jülich y Berg, reunió todos esos territorios en 1521, con Düseldorf como su capital.

Sybilla de Cleves

Guillermo, único hijo varón de Juan III

Cuatro hijos tuvo la pareja ducal. Ana, nacida el 22 de septiembre de 1515, era la segunda, tres años menor que Sybilla; después de Ana, en julio de 1516, nació Guillermo; Amelia, nacida en 1517, fue la última. El origen de Ana de Cleves no carecía de distinción. Podía afirmar su ascendencia real inglesa del lado de su padre por Eduardo I y su primera esposa Leonor de Castilla, cuya hija Margarita se había caso con el duque de Brabante. 

Amalia de Cleves

El paso siguiente en la expansión territorial de Cleves se produjo en el verano de 1538, cuando Guillermo, heredero del duque Juan, fue aceptado por los habitantes de Guelderland como su nuevo duque en reconocimiento de su derecho por su madre, Jülich-Berg. Pero esa sucesión fue un tema controvertido, en especial porque Guelderland proporcionaba acceso vital a la costa marítima del Zuyder Zee. Si Guillermo lograba mantener su posición, la casa de Cleves controlaría una porción estratégica del Bajo Rin: los ducados de Jülich, Berg y Cleves y ahora Guelderland con su costa también. La formación de este bloque, naturalmente, gustó muy poco a Carlos V como príncipe territorial de Holanda. 

En otoño de 1530 se había fundado una Liga de "todos los príncipes protestantes y las ciudades libres", cuyos líderes eran Juan Federico Corazón de León de Sajonia y Felipe el Bueno de Hesse; siguió el Tratado de Esmalcalda entre siete príncipes y once ciudades. Con la persistente amenaza turca y el peligro de que la Liga se uniera a Francia, el emperador no estaba lo suficientemente seguro en esos momentos para acabar con la Liga, como hubiera deseado.

La corte de Cleves

Erasmo

Pero es importante que se entienda que no toda la nobleza germánica era protestante luterana. La verdadera influencia en la corte del duque Juan III de Cleves, un hombre bien educado y cultivado, la tenía Erasmo, no Lutero. Muchos de los principales hombres eran estrechos colaboradores y admiradores del estudioso y teólogo holandés. Las regulaciones eclesiásticas de 1533 del duque Juan le fueron remitidas a Erasmo para su consulta y aprobación; en abril, el duque Juan le asignó una pensión. Fue por recomendación de Erasmo que el estudioso humanista Konrad von Heresbach fue nombrado tutor del joven Guillermo de Cleves. Prueba del instinto del duque Juan para el equilibrio es que en 1527 casó a Sybilla, la mayor de sus hijas, con Juan Federico de Sajonia, que luego presidiría la Liga de Esmalcalda; pero el duque Juan, que tuvo en cuenta tal vez que lo consideraban el Pacífico, no se unió a la Liga. En muchos sentidos, por tanto, la corte de Düren, el trono hereditario de los duques de Jülich sobre el río Ruhr, parecía el marco ideal para criar a una reina inglesa de 1540: una corte fundamentalmente liberal pero sensata, de tendencia teológica y profundamente erasmista, como había sido la de Catalina de Aragón. 

Lamentablemente, María de Jülich-Berg no era Isabel de Castilla; no permitía que se impusieran las excitantes ideas del Renacimiento en cuanto a la educación de las mujeres (o al menos de las princesas). Parece ser que la duquesa María era una católica estricta, que no compartía las ideas reformistas liberales de su padre y su esposo. Ana no sabía leer ni escribir en otro idioma que el propio, el dialecto llamado deutsch o dietsch; los ingleses lo llamaban holandés y lo encontraban extrañamente áspero al oído. 

La corte de Cleves era un mundo que nada tenía que ver con la España del Renacimiento (o la Inglaterra). Es verdad que sus habitantes eran famosos por su afición a la bebida. Pero no hay ninguna prueba de que Ana bebiera. Por el contrario, se decía de ella que "ocupaba su tiempo principalmente con la aguja". Por supuesto, la afición a la aguja no era en sí misma un desastre; recordemos el empeño de Catalina de Aragón en seguir cosiendo las camisas del esposo fueran cuales fuesen las circunstancias. Lo que sucedía era que el señor de la corte inglesa estaba acostumbrado a esposas que podían hacer eso y mucho más. Sobre todo la música era de suma importancia para él.

La educación de Ana de Cleves
Ana no sabía cantar ni tocar instrumento alguno. Una vez más el contraste con otras consortes era marcado: en vano podía buscarse en ella la instrucción de Catalina, los talentos artísticos de Ana Bolena, que hasta el partidario de Catalina, William Forrest, había elogiado (por no mencionar los estudios de latín de Catalina y de la fluidez de Ana Bolena con el francés). Como escribió el enviado Nicholas Wotton a Inglaterra, en Alemania se "criticaba como una ligereza" que una gran dama cantara o tocara un instrumento, mucho más que fuese "instruida". A la edad de veintitrés años, tímida, ignorante y humilde —"de condiciones muy bajas y gentiles"— la pobre Ana de Cleves estaba mal preparada para el mundo de intrigas y sofisticadas que estaba un poco más allá del codo de su madre. Pero nadie en ninguna de las dos cortes se planteaba las cosas de un modo realista, excepto tal vez la duquesa María. Hay ciertos indicios, en su correspondencia posterior de que estaba poco dispuesta a permitir que su hija fuera a Inglaterra.

En febrero de 1539, el duque Juan el Pacífico murió, dejando los territorios Cleves-Guelderland, ahora consolidados, a su hijo de veintidós años, Guillermo. Fue una pérdida, al menos para Cleves. Al duque Guillermo, a pesar de su educación erasmista, le faltaban la sensatez y el sentido práctico de su padre. Ambicioso, soñaba con un gran matrimonio que mejorara su posición para hacer valer los derechos sobre Guelderland que el emperador le negaba.

Entretanto, avanzaban las negociaciones entre Inglaterra y Cleves, con buenos informes sobre lady Ana que le llegaron a Cromwell. El 18 de marzo, por ejemplo, pudo decirle al rey Enrique que "ella se destaca de la duquesa {de Sajonia, su hermana} como el sol dorado se destaca de la plateada luna". Tal vez sus palabras siguientes sonaran como una nota de advertencia: "Cada hombre elogia las buenas virtudes y la honestidad, con una modestia que aparece claramente en la gravedad de su rostro". Pero luego Cromwell no hacía más que repetir lo que le había oído decir a Christopher Mont, el agente inglés en la corte de Sajonia; la virtud y la modestia habían sido las principales características de la difunta reina Jane. 

El retrato de la futura reina

Ana de Cleves, por Holbein

La recepción de los enviados ingleses que iban a inspeccionar a Ana y a su hermana Amelia, dos años menor, era un tanto desconcertante, en realidad. Les presentaron a las "hijas de Cleves" envueltas en "monstruoso hábito y accesorios" que impedían ver sus figuras y sus rostros adecuadamente. Cuando, conscientes de su deber con el rey, los enviados protestaron, el canciller de Cleves dio muestras de una indignación semejante a la del embajador francés anteriormente. "¿Por qué? —pregunto— ¿querrían verlas desnudas?" Había por tanto que completar las descripciones con retratos. Se prometieron cuadros para Inglaterra, que muy posiblemente enviaron. Como el pintor del duque de Sajonia —Lucas Cranach el Viejo— estaba enfermo, le fueron encargados a algún otro artista flamenco. Entretanto, Holbein, por parte de Inglaterra, debía ser empleado nuevamente y, por supuesto, gastos aparte, ésa era realmente la opción preferida. De modo que Holbein partió en su tercera misión en busca del cuarto matrimonio de su señor, en agosto de 1539. 

Llego a Düren, con los gastos pagados y 13 libras, 6 chelines y 8 peniques "para la preparación de cosas tales que debe llevar consigo". Se ha sugerido que eso significa que Holbein era puesto en la insólita situación de pintar in situ (bajo la atenta mirada de funcionarios de la corte), en lugar de hacer bosquejos que convertiría en pinturas luego con la ayuda de su excelente memoria. El resultado fue un pergamino montado sobre tela que facilitaría el transporte de la pintura. Cualesquiera que fuesen las restricciones en las condiciones de trabajo de Holbein, a Wotton, el enviado inglés, que conocía a las damas, le pareció que el artista había "expresado sus imágenes muy vivamente", es decir, de manera muy realista.
Holbein regresó a Inglaterra a fines de agosto; sus obras fueron mostradas al rey, que pasaba el verano en Grafton. A Enrique le gusto lo que vio o, al menos, como su reacción no quedó registrada, no le disgustó. Si el cuadro de Ana de Cleves no le hizo pedir músicos y máscaras como sucedió con el de Cristina de Milán, estuvo conforme con que se arreglaran los detalles de la alianza.

Era cierto que había habido un precontrato que implicaba a lady Ana; en 1527 su padre había contemplado casarla con el hijo del duque de Lorena. Ana tenía doce años por entonces, pero Francisco de Lorena sólo diez. Estaba por debajo de la edad del consentimiento. Tras la muerte del padre de Ana, aunque no estaba del todo claro cómo ni cuándo habían terminado esos esponsales, lo estaba que habían terminado. La gente de Cleves sostuvo con firmeza que lady Ana "estaba en libertad de casarse como lo deseara". Como eso era lo que deseaban oír por entonces los ingleses, el tratado de matrimonio, que había sido llevado a Inglaterra a fines de septiembre, se firmó el 4 de octubre. 

Los preparativos

Thomas Cromwell

Mientras el duque Guillermo se dedicaba a reunir la modesta dote de su hermana en sus diversos territorios, ahora fue Cromwell quien prestó atención a la música. La necesidad de alegrar la corte inglesa después de dos años sin una señora era urgente. Cromwell mandó llamar a músicos de Venecia: la familia Bassano. La elección fue diplomática además de cultural. Los Bassano eran judíos, y por tanto se podía confiar en que no actuarían como agentes del papado; al mismo tiempo, el refugio extraoficial en Inglaterra (de donde habían sido expulsados los judíos en 1290), lejos de los decretos de la Inquisición, les convenía. Los Bassano llegaron en 1540 con sus violas y un nuevo instrumento. De esa manera llegó por primera vez el violín a Inglaterra (la constancia más antigua de su eso es de 1545). 

Entretanto, en los apartamentos reales y en otras partes, se desarrollaba el habitual rito: las iniciales de la reina Jane Seymour estaban siendo reemplazadas por las de la futura reina Ana. Por fortuna, bastaba con repintar los medallones con las iniciales H y A que habían quedado del régimen de la penúltima reina en algunos lugares. En el techo de la capilla real del palacio de St James su pusieron juntos los emblemas heráldicos, los monogramas y los lemas del rey y de la nueva reina. 


Traslado
El viaje de Ana de Cleves a Inglaterra, donde el rey estaba ahora impaciente por recibir a su prometida, era un tema delicado. Lady Ana debía viajar únicamente con su cortejo, ya que el luto por el duque Juan impedía viajar tanto a la madre como al hermano. ¡Sólo el cielo sabía qué podía sucederle a una joven siempre protegida, que nunca había viajado por mar, en una época tan tempestuosa del año! Podía enfriarse o contraer "otra enfermedad", y como se trataba de una muchacha "joven y hermosa", existía el peligro adicional de que el viaje por mar pudiera "alterar" su tez. Dadas las circunstancias, los funcionarios de Ana sugirieron que esta viajara por tierra hasta Calais, para acortar el viaje por mar en lo posible. Pero como el rey había previsto un viaje desde Holanda, se había pedido un pasaporte al regente de Holanda el 30 de octubre. 

Lady Ana viajó de Düsseldorf a Cleves y luego siguió a Amberes. Ahí fue recibida con júbilo por cincuenta comerciantes ingleses con "abrigo de terciopelo y cadenas de oro", aunque los nobles de su propio cortejo vestían de negro por hallarse de luto. Los comerciantes la escoltaron hasta su "alojamiento inglés" con antorchas a pesar de que aún era de día. En la costa, en Gravelines, fue saludada con "una salva de cañones". Finalmente llegó a la frontera de Calais —territorio inglés— entre las siete y las ocho de la mañana del 11 de diciembre, donde la futura reina fue recibida formalmente por lord Lisle en calidad de gobernador. 

Llegada a Inglaterra
En Calais, lady Ana conoció a otros importantes lores y caballeros de la cámara privada, muchos de ellos relacionados con la anterior reina, como Gregory Cromwell, esposo de Elizabeth Seymour, Edward Seymour, conde de Hertford, que había sido nombrada comandante de las fortificaciones de Calais y Guisnes en febrero, y sir Thomas Seymour. También estaba allí Thomas Culpeper, gran favorito del rey, de la cámara privada. Los comerciantes de Calais se apresuraron a presentar a su futura reina un obsequio de cien marcos de oro; el carácter mercantil de Calais se acentuó aún más cuando, camino de su alojamiento, lady Ana pasó entre filas de comerciantes así como de soldados. El humo de los disparos efectuados deslució levemente la ocasión: los de su séquito no podían verse entre sí. No obstante, lady Ana estaba dispuesta a agradar: todo el mundo lo señaló, incluida Lady Lisle en su informe a su hija que estaba en Inglaterra, Anne Basset. 

Ella observó las naves reales y "mucho las elogió y le gustaron" (un gusto que probablemente la congraciara con el rey). Mediante su mayordomo, Hoghesten, y su enviado, Olisleger, pidió aprender la clase de juegos de naipes que divirtieran al rey: le enseñaron a jugar al juego que actualmente se conoce como piquet. El conde de Southampton, veterano cortesano de la misma edad que el rey, informó de que "ella jugaba agradablemente, con tan buena gracia y semblante como en mi vida he visto a una mujer noble". Como las cartas eran importantes en la corte inglesa (Ana Bolena solía jugar con el rey) todo eso era un buen signo. 

Lady Ana llegó incluso a persuadir a los cortesanos ingleses, levemente reacios, para que le mostraran "la manera y el modo en que los ingleses se sientan a comer", después que ellos declinaran comer con ella "a la manera de su país" por motivos de etiqueta. Si bien Southampton estaba un tanto preocupado por su modo de sentarse, declaró que los modales de lady Ana eran los de "una princesa".

Lamentablemente, hasta el 27 de diciembre Ana de Cleves no pudo cruzar de Calais a Deal. El rey llevaba aguardando en Greenwich demasiado tiempo y aquel hombre notoriamente impaciente estaba a punto de perder la paciencia. Además con el paso de los días la imaginación del rey había empezado a alborotarse. Después de todo, aquélla era para él una experiencia nueva: la llegada de una joven esposa y desconocida. Ana Bolena y Jane Seymour eran dos damas familiares para él antes del matrimonio; de muchacho había crecido con Catalina de Aragón antes de casarse con ella. Escoltada por cincuenta naves, la que transportaba a lady Ana llegó a Deal a las cinco de la tarde. Se cambió de ropa, fue recibida por el duque y la duquesa de Suffolk, y luego llevada al castillo de Dover para que descansara; el tiempo seguía gélido, y si ya no tempestuoso, al menos muy ventoso. De ahí lady Ana se puso en marcha en dirección a Canterbury, para ser recibida en Barham Downs por el arzobispo y otros obispos, que la condujeron a la abadía de St Augustine de Canterbury para que pasara la noche. 

Ese edificio había sido suprimido como abadía en 1538 y estaba destinado ahora a ser "el palacio del rey". Pero habían tenido que acelerar la reforma ante la noticia de la llegada de la última consorte. Con la dirección de James Nedham, el supervisor del rey, se realizaron frenéticas tareas desde octubre; casi 350 hombres trabajaban en la obra y se pidieron treinta y una docenas de velas para el trabajo nocturno: al menos Nedham estaba encantado con el mal tiempo que había demorado a la dama. Galyon Hone había sido contratado una vez más para cinco "armas del rey y de la {nueva} reina y once insignias de ella": Ana de Cleves eligió el cisne como uno de sus emblemas, que soportaba la divisa de su familia y la leyenda del caballero del Cisne. A pesar de los gastos y la dedicación, lady Ana sólo pasó una noche en St Augustine, aunque se esperaba que volviera con el esposo. El 31 de diciembre, llego a Rochester, donde fue llevada al palacio del obispo. 

La primera impresión

Escena de documental de Starkey

Fue en ese punto que se le acabó la paciencia al rey; lo dominó su naturaleza romántica juvenil, de la que se enorgullecía. Para "nutrir el amor", como le dijo a Cromwell, decidió hacerle una visita a su prometida al día siguiente, día de Año Nuevo. Como en un cuento de hadas, el rey cabalgó desde Greenwich hacia Rochester, acompañado de algunos de los caballeros de su cámara privada, todos vestidos como él con capas y capuchas "color mármol" (es decir, multicolor). A su llegada, envió a sir Anthony Browne, su Maestro del Caballo, hasta la cámara de la dama, para decirle que tenía un regalo de Año Nuevo que entregarle. 

Sir Anthony Browne dijo —luego— que, desde el momento en que puso sus ojos en lady Ana, de inmediato se sintió angustiado. Fuera cierto o no, lo que es muy cierto es que el siguiente visitante de la dama, cierto anónimo caballero de capa multicolor, quedó profundamente decepcionado por lo que vio. Su amigo de muchos años, lord Russell, dio testimonio de que "nunca vio a Su Alteza tan tremendamente azorado y sonrojado como en aquella ocasión". La entrevista no sirvió para mitigar la decepción del rey. Lady Ana, que probablemente estuviera aturdida (no hablaba inglés en ese punto), dio la fatal impresión de estar aburrida. Contemplaba el combate de toros y perros del día de Año Nuevo por la ventana cuando empezaron a aparecer los misteriosos visitantes. Más allá del intercambio común de cortesías, ella no vio motivos para interrumpir por más tiempo la contemplación del espectáculo. 

De pronto —así le pareció a ella— su desconocido visitante la abrazó. Le mostró una prenda que se suponía que el rey le había enviado a su prometida como obsequió de Año Nuevo. Todo aquello dejó a lady Ana a su vez profundamente "confundida". Su único recurso tras unas pocas palabras (en su chirriante deutsh) fue seguir mirando por la ventana. El rey se retiró a otra habitación para ponerse el abrigo de terciopelo purpúreo de la realeza, lo que dejó a sus acompañantes lores y caballeros haciendo una profunda reverencia. Así, ataviado de manera más majestuosa, el rey volvió junto a lady Ana.

Los informes varían en cuanto a lo que sucedió a continuación. Según Wriothesley, lady Ana "hizo una profunda reverencia", el rey volvió a saludarla, y así "conversaron afectuosamente juntos". Pero ésa probablemente sea una cauta versión del heraldo de lo que había sido una escena ridículamente errada de parte de ambos. El comentario importante fue el que le hizo el rey a Cromwell después de dejar a lady Ana. "No me gusta", dijo Enrique VIII.

Apariencia 

Escena del documental de David Starkey acerca de las seis esposas de Enrique VIII.

Ahora debe plantearse una pregunta respecto de lo que vio el rey y lo que había esperado ver: ¿hubo un engaño y, en tal caso, de quién? Hay después de todo unos cuantos candidatos, no sólo Holbein, sino los agentes y los enviados ingleses en el extranjero. Veamos primero la verdadera apariencia de Ana de Cleves: en cuanto a eso, somos afortunados al tener una descripción imparcial de primera mano, escrita sólo unos pocos días más tarde por el embajador francés, Charles de Marillac, respecto de su belleza o su fealdad. 

Ana de Cleves parecía tener treinta años, escribió él (en realidad, contaba veinticuatro), era alta y delgada, "de belleza mediana, con un semblante decidido y resuelto". La dama no era tan hermosa como la gente había afirmado, ni tan joven (él se equivocaba al respecto), pero había una "firmeza de propósito en su cara que contrarrestaba su falta de belleza". Esto, a su vez, parece coincidir con la referencia de Christopher Mont a la "gravedad en su cara" tan en consonancia con su natural modestia.  La "hija de Cleves" era solemne, al menos para las pautas inglesas, y parecía vieja para su edad. Era solemne porque no había sido preparada para ser nada más y las modas germanas hacían poco por dar una impresión de encanto juvenil en una corte enamorada como siempre de todo lo francés, o en todo caso de lo relacionado con la diversión y el deleite. 

Por supuesto que una joven bella, por estólida que fuera o mal vestida que estuviera, hubiera sido aceptable. Ana de Cleves no era hermosa y los informes que declaraban que lo era exageraban en interés de los diplomáticos: en ese sentido, los enviados son los verdaderos culpables, no el pintor. Pero ¿era Ana de Cleves realmente espantosa? Holbein, que pintó su cara de frente, como era costumbre, no la presenta así al ojo moderno, con su frente alta, los ojos de párpados pesados separados y el marcado mentón. Hay pruebas indirectas de los años posteriores de que Enrique VIII consideraba a Ana de Cleves de aspecto agradable. Chapuys contó que Ana de Cleves consideraba a su contemporánea Catalina Parr "no tan hermosa como ella misma". Era un observador y no la contradijo; de modo que la jactancia probablemente fuera cierta, o al menos lo suficientemente acertada como para no resultar ridícula. 

Pero puede ser que al pintar a Ana de frente para no ocultar defectos Holbein minimizara involuntariamente uno. El reciente estudio por rayos X de otro retrato contemporáneo, el del taller de Bartholomäus Bruyn el Viejo, ha revelado una nariz considerablemente más larga debajo de la pintura. La nariz de Holbein no es corta, pero tampoco excesivamente larga, por ejemplo no más que la de Jane Seymour. Aunque las narices largas no estaban tan mal consideradas como en la era de la fotografía, una nariz levemente bulbosa podría explicar la decepción del rey.

Ana de Cleves, por Bruyn 

Luego está la cuestión de la tez de Ana de Cleves. Puede que ése fuera el problema; las protestas de sus propios funcionarios acerca del daño que podía causarle un largo viaje por mar tal vez hayan sido una manera cauta de disimular el problema. Cuando el rey rugió a sus cortesanos que había sido mal informado —por ellos entre otros, ya que la habían visto en Calais— la única explicación que pudieron balbucir fue que su piel era en realidad bastante más "marrón" de lo esperado. En todo caso, el mismo tono oscuro le había sido atribuido a la duquesa Cristina, y Ana Bolena, que era "morena", no tuvo ningún obstáculo para progresar, a pesar de que el ideal de la época era la tez "blanca pura". 

Aun si se tiene en cuenta todo eso, sigue habiendo algo misterioso en el episodio y en la inmediata decepción del rey (seguida por su indignación que, sin embargo, nunca estuvo dirigida a Holbein). Por tanto, debemos buscar la explicación de algo igualmente misterioso: la naturaleza de la atracción erótica. El rey había estado esperando una esposa joven, encantadora, y la demora soló había contribuido a su deseo. Vio a alguien que, dicho crudamente, no despertó en él excitación erótica alguna. 




Bibliografia 
Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007.

Starkey, David: Six Wives, Harper, New York, 2004. 

http://www.tudorplace.com.ar/

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